Consejos de Bardo: Los diálogos

Hoy vamos a hablar, precisamente, de la forma de hablar de los personajes de nuestras historias. Y cuando decimos esto, nos referimos también a aquellas partes del relato en las que expresamos con palabras los pensamientos de los personajes o incluso sus soliloquios.

En la literatura, hay una época en la cual todos los que aparecían en una novela tenían el mismo modo de expresarse: el del autor. Ya fueran mendigos o reyes, soldados o campesinos, el tono de expresión y el vocabulario empleado eran idénticos, de tal forma que resultaba imposible determinar a quién pertenecía una línea de diálogo si no incluía un «dijo fulano» o «exclamó mengana». Esta opción no es incorrecta, entendámonos; simplemente le falta un poco de realismo.

En la literatura castellana hubo un punto de inflexión con la obra de «La Celestina», de Fernando de Rojas. Fue el primer libro conocido en el cual los personajes hablaban de acuerdo con su posición social y la educación que se supone que poseían. Así, los amantes Calisto y Melibea gozan de una expresión lírica auténticamente shakespiriana, mientras que sus criados, hombres de baja estofa, y la propia Celestina, muestran un lenguaje barriobajero y lleno de vulgarismos. En su momento, esto fue un bombazo, hasta el punto que influyó en las posteriores obras picarescas (El Buscón, El Lazarillo de Tormes…) y la gran obra de la literatura que es El Quijote, en el cual el protagonista usa hasta la exageración los arcaísmos propios de los libros de caballería y su ramplón y locuaz escudero habla como cualquier labriego analfabeto (¡pero ducho en refranes!).

Esto último es importante, y viene al caso de lo que queremos comentar. En tus historias, tus personajes ganarán mucho si su forma de hablar tiene algo característico, algo que forme parte de su personalidad. Esto enriquece al personaje, pero también lo marca tanto que el lector puede adivinar casi inmediatamente quién está hablando. Si una línea de diálogo contiene más de dos refranes hilados, sabemos sin duda que está hablando el bueno de Sancho Panza. Del mismo modo, si uno de tus personajes tiene alguna expresión típica, un tic propio (como intercalar de vez en cuando un «mmm…») o un vocabulario especial, su diálogo lo señalará inequívocamente. La forma de expresarse – saludos típicos, predominancia de frases cortas o incluso verbos solo en infinitivo estilo «Tarzán» – también puede caracterizar una época, una raza de mundo de fantasía o un estado de ánimo.

Ojo con el léxico que pones en boca de los personajes. Evita anacronismos y coloquialismos fuera de lugar. Ningún orco debería decir «¡Jolines!» ni ningún dragón «¿Qué pasa contigo, colega?» (a no ser que estés escribiendo en clave de humor, claro está). Estas salidas interrumpen el ritmo, rompen la suspensión de incredulidad y destacan sobre el escenario total como un vaquero con una moto en medio de una película de romanos.

En resumen, un escritor debería tener suficientes registros como para caracterizar adecuadamente a sus personajes en su forma de hablar, otorgando realismo a los diálogos, pero también complementando de esta forma sus descripciones. Al fin y al cabo, la forma que cada ser tiene de comunicarse forma parte de su personalidad.