Pruebas de modelismo

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Hemos podido sacar un poco de tiempo para hacer trabajos manuales, y nos hemos puesto, nunca mejor dicho, manos a la obra con una idea que nos rondaba por la cabeza. Habíamos oído hablar de un material llamado pasta Fimo, similar a la plastilina pero con mejores posibilidades, y tras hacernos con algunos bloquecitos de los colores que nos interesaban, hicimos esta primera prueba, como pequeño homenaje al fabuloso cíclope de Ray Harryhausen. En futuras entradas experimentaremos con nuevos monstruos y figurillas, y, para los que no lo hayáis hecho nunca, os daremos algunos consejos sobre cómo trabajar con este material. ¡Claro está que primero tendremos que conseguir un poco más de experiencia!

 

Cíclope

«El Sueño Negro», Capítulo VII

La historia desde el principio

«Hubo unos segundos de silencio tras las palabras de la hechicera semimuerta. Como si nadie se aventurase a ser el primero en hablar.

Layen, el abjurador taréntida, fue quien rompió el hielo:

– Nadie parece ansioso por revelar que ha encontrado la solución al misterio. Y eso solo puede significar una cosa.

– Abandonemos los sarcasmos, Layen – apuntó severamente Degaal. – Ciñámonos a los hechos y hablemos solo para aportar algo práctico.

– Los hechos – habló por primera vez Ober, con su voz grave cargada de pesimista cansancio – son que esta misteriosa plaga se ha detectado en más de una veintena de ciudades, y si las cifras que tenemos en Essere son un indicativo fiel, este azote debe de haberse cobrado ya casi un millar de víctimas.

– Más las de aquellas aldeas y poblados a los que no nos hemos dignado a prestar atención – añadió Moriah con una fría sonrisa.

Aarón la miró con hostilidad. Era normal que los semimuertos, una casta de nigromantes que había perdido parte de su humanidad en la práctica de la magia, mostrasen un abierto desprecio por el común de los mortales. No obstante, era difícil olvidarse de juzgar su condición tras escuchar palabras tan crueles.

– No las hemos dejado de lado, Moriah – dijo Degaal. – Simplemente es dificil recabar información de las poblaciones más remotas o aisladas del reino.

– Sí, por supuesto. En qué estaría pensando.

Desde las sombras de su embozo, los ambarinos ojos de Vanar seguían la discusión en silencio. Aarón intentó intuir sus pensamientos, pero la expresión del dracónida era inescrutable. Mientras, Elatra, la Alienista, intervino:

– ¿Por qué este fenómeno elude nuestros esfuerzos de hallar una cura y un origen? He consultado con intermediarios de seres del Lejano y ninguno me ha ofrecido respuesta, más allá de la malignidad que impregna al Sueño Negro. Me consta que Layen ha intentado examinar la brujería que se manifiesta en la plaga. Moriah habrá diseccionado o hurgado en los cadáveres o hecho los dioses saben qué. Todos, en resumen, no hemos logrado nada. ¿Qué clase de magia puede resistir todos nuestros esfuerzos combinados? ¿Quién puede…?

Elatra se calló al sentir la mirada de Vanar clavada fijamente en ella. Se dio cuenta de que sus palabras habían revelado más información de la que pretendía mostrar. Poco a poco, el resto de los reunidos advirtieron el sentido de su última pregunta, formulada a medias.

– ¿Insinuáis, Elatra – habló Degaal – que hay alguien detrás de esta plaga?

– ¿Qué más estáis ocultando, Alienista? – dijo Moriah, arqueando una ceja.

Pero antes de que Elatra pudiese decir algo para explicarse o defenderse, la sala entera se estremeció como sacudida por un terremoto, tan violento que hizo temblar las sillas, los incensarios y hasta las columnas, haciendo que cayese una pequeña nube de yeso y mampostería desde el techo. El seismo fue tan intenso como breve, pero bastó para cortar todas las conversaciones y que los siete magos se mirasen entre sí con aire perplejo. Aarón, por su parte, había sentido algo más en el terremoto, algo arcano y siniestro. Miró en dirección a Moriah y sus ojos se cruzaron, confirmando que la semimuerta también lo había notado.

Paradójicamente, fue Vanar el que rompió el silencio:

Salgamos fuera.

Como si estas dos únicas palabras hubiesen sido el desencadenante, o quizá porque el Dracónida hubiera percibido algo que los demás no, empezó a llegar desde las calles un rumor de pánico creciente, seguido de los sonidos apresurados de la guardia de Essere movilizándose. Los restos del concilio, con Degaal a la cabeza, abandonaron la sala y se dirigieron a las grandes puertas, abiertas a una de las plazas principales de la ciudad.

– Por todos los dioses… – musitó la joven hechicera.

La gente de Essere huía en desbandada, alejándose del puerto, mientras la guardia intentaba abrirse paso en dirección contraria. Desde lo alto de las escalinatas de la Torre, se divisaban los barrios mercantiles cercanos al puerto, y los mástiles de los barcos, y el mar más allá. Y sobre todo ello, destacaba el motivo de que el caos hubiese estallado en Essere.

Era una figura ciclópea, humanoide, que debía de sobrepasar los veinte metros de altura, porque en las aguas próximas a la cala sobresalía hasta la altura de las caderas, y con cada paso que daba emergía un poco más.

Pero lo más aterrador de aquella visión, de aquel coloso antropomorfo y antinatural, no se reveló hasta que estuvo a la altura de los primeros barcos fondeados. Entonces pudo verse que su gigantesca masa estaba formada por centenares de cuerpos de hombres y mujeres ahogados, unidos entre sí por algún macabro encantamiento que los hacía funcionar al unísono en aquella blasfema creación nigromántica.

Paralizado por el asombro y el asco, Aarón Hildegar comprendió por fin que la plaga del Sueño Negro no había sido más que el preludio que preparaba un primer acto de destrucción y horror.«