«El Sueño Negro», Capítulo IX

La historia desde el principio

«Aarón miraba incrédulo la figura que se hallaba frente a él. Donde segundos antes se encontraba la desconcertante hechicera semimuerta, ahora estaba aquel humanoide de ojos lechosos, rostro embozado y piel amarillo liquen. La conversación con la capitana Thiovel volvieron a su memoria, palabras que insinuaban la presencia de un brujo capaz de cambiar de forma y que ahora cobraban pleno sentido.

El necromante había sospechado desde el principio de Atherion, cuya cordura e intenciones eran más que discutibles. En su lugar, hallaba esta criatura, que lo miraba fijamente sin pronunciar palabra ni hacer ademán alguno, ya fuera amenazador o amistoso. Había colaborado en la destrucción del coloso, lo cual, al menos, era señal de que no era abiertamente hostil.

Miró a Thog. El gato negro le devolvió la mirada con sus ojos color azufre:

«Mente de carne-fluida cerrada, amo.»

Aarón se apoyó en el borde de una caja de madera para incorporarse. La criatura humanoide no hizo ningún movimiento mientras él evitaba apoyarse sobre su pierna defectuosa. Se limitaba a mirarlo con su expresión inescrutable. El necromante se preguntó si, en caso de que el ser lo atacara, sería capaz de defenderse en su estado de fatiga actual.

– ¿Quién eres? Agradecemos la ayuda que has prestado, pero ¿por qué te ocultabas tras el rostro de uno de los nuestros?

En lugar de responder a sus preguntas, el ser dijo:

¿Puedes caminar?

Su voz era tan extraña como él mismo. Era como un susurro levemente grave que se oyera a la vez en la cabeza, en ese punto de la frente entre ambos ojos, y en los oídos.

– Sí, pero…

Sígueme.

El ser abrió una puerta del callejón y lo invitó a entrar. Aarón miró hacia las tinieblas del interior y sopesó la posibilidad de avisar al resto del cónclave de hechiceros.

Tú y tu animal – dijo, como si le hubiese leído el pensamiento. Y por lo que Aarón sabía, bien podría haber sido así.

Resignado a seguir aquel curso de acción hasta el final, Aarón traspasó el umbral. Daba a un aposento ruinoso, donde solo quedaban algunos muebles desvencijados. El ser entró, cerrando la puerta tras él, y se deslizó sin hacer un ruido hacia un rincón del fondo. Apartó unos escombros, dejando a la vista una trampilla. El peso de los restos que había movido y la facilidad con que lo había hecho dieron al mago una idea bastante fiable de la fuerza del silencioso humanoide. Tiró de la anilla de hierro, abriendo la trampilla.

«Amo, magia fuerte debajo»

– Espera un momento – dijo el hechicero. El ser se detuvo y volvió hacia Aarón su rostro envuelto en su manto cárdeno. – Me apartas de los míos y pretendes que te siga hacia lo desconocido. No sé quién eres, ni tan siquiera qué clase de ser eres. ¿No crees que merezco una explicación?

Éste no es el mundo – susurró el humanoide.

Aarón lo miró, perplejo ¿Qué quería decir con esas palabras? No tenían ningún sentido. Ni tampoco, llegado el caso, tenía ningún sentido que él estuviera allí, enfrentándose en solitario a un ser misterioso y con toda seguridad demasiado poderoso para sus posibilidades. Pero luego el ser embozado se acercó, y murmuró a su oído una sola palabra, tan levemente como una palabra pronunciada en sueños, pero que golpeó al mago con una fuerza demoledora. Una única palabra desconocida que tenía tanto significado como el enigma en el que estaba envuelto, mas lo terrible era que Aarón estaba seguro de haberla escuchado antes, en algún otro lugar o momento que no alcanzaba a recordar, por más que lo intentara.

El ser esperaba, silencioso, a que Aarón se recobrase de su estupor. El mago lo miró, con la boca entreabierta, esperando alguna aclaración, alguna ayuda, alguna respuesta.

Abajo.

– ¿Qué… qué hay abajo?

Pero Aarón supo que, hubiese lo que hubiese, descendería a través de la trampilla, a pesar de lo imprudente de la situación, a pesar del aviso de Thog. Porque sin saber el motivo, toda su mente se hallaba ocupada por aquella única palabra murmurada, cuyo significado no podía recordar o comprender. Como en un sueño, oyó al embozado decir con su voz de brisa entre los arbustos:

Renovación.«